Deje mi cadáver...
Deje mi cadáver a orilla de la carretera y me vine
llorándome. La ciudad es enorme como un enorme
hospicio. Fría y acogedora, oscura e iluminada como
la cárcel.
Vine buscando al amor. Pensé que el amor era el
único refugio contra los bombardeos nocturnos. Y
encontré que el amor no podía salvarse. El amor
dura sólo un instante. Es corrompido por el tiempo,
no soporta la ausencia, apesta con las horas, se
somete a las glándulas, está a la intemperie.
Mi pequeño jardín estaba agusanado. Nada de lo que
dejé encontré. Ni un pétalo ni una brizna de aire.
¿Qué voy a hacer ahora? Tengo ganas de ponerme a
llorar, estoy llorando. Quiero reunir mis cosas, algún
libro, una caja de fósforos, cigarros, un pantalón,
tal
vez una camisa. Quiero irme. No sé a dónde ni para
qué, pero quiero irme. Tengo miedo. No estoy a
gusto.
¿Qué va a ser de mis hijos? Ojalá que crezcan
indiferentes o ignorantes. Hay que aturdirse. Por eso
es bueno el rocanrol, el tuist, el mozambique.
¿Habrá que vivir borracho de algo, como decía
Baudelaire? Pero esta borrachera lúcida del tiempo y
de la gente ¿no es demasiado?
¡Te quiero! ¡Te quiero cucaracha, María, Rosa, lepra,
Isabel, cáncer, hepatitis, Gertrudis, manzana,
mariposa, becerro, nogal, río, pradera, nube,
llovizna,
sol, escarabajo, caja de cartón, te quiero, flor
pintada,
plumero, amor mío! Te quiero. No puedo vivir sin
nadie. Me voy.
Jaime Sabines