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Ave Luna in English

domingo, 17 de mayo de 2009

Un viaje a Citera


Mi corazón, como un pájaro, revoloteaba muy alegre,
y se cernía libremente alrededor de las jarcias;
se balanceaba el navío bajo un cielo sin nubes,
como un ángel embriagado del radiante sol.

¿Cuál es esa isla triste y oscura? Es Citera,
nos dicen, un paraíso famoso en las canciones,
Eldorado banal de todo solterón.

Mirad, después de todo, es una tierra pobre.
¡Isla de dulces secretos y de cordiales fiestas!
El soberbio fantasma de la antigua Venus
vuela como un perfume sobre tu mar,
y llena los espíritus de amor y languidez.

Bella isla de verdes mitos, llena de abiertas flores,
venerada siempre por todos los pueblos,
donde los suspiros de los corazones en adoración
¡flotan como el incienso sobre un jardín de rosas

o como el eterno arrullo de una paloma torcaz!
-Citera no era ya más que un terreno pobre,
un desierto turbado por chillones gritos.
¡Sin embargo, entreveía un singular objeto!
No era un templo de boscajes umbríos,
donde la joven sacerdotisa, enamorada de las flores,
con el cuerpo abrasado de secretos calores,
entreabría su túnica a las brisas pasajeras;

pero he aquí que al pasar tan cerca de la costa
que turbamos a los pájaros con nuestras blancas velas,
vimos que era una horca de tres palos,
negra como un ciprés, lo que destacaba en el cielo.

Feroces aves posadas sobre su pasto
destruían con rabia a un ahorcado maduro,
hincando cada una, como una herramienta, su impuro pico
en todos los huecos sangrientos de aquella podredumbre;

los ojos eran dos agujeros, y de su vientre abierto
le colgaban los pesados intestinos sobre los muslos,
mientras sus verdugos, saciados de espantosas delicias,
le habían castrado totalmente a fuerza de picotazos.

A los pies, un tropel de envidiosos cuadrúpedos,
con el hocico levantado, daba vueltas al acecho;
en medio se agitaba un animal más grande
como un verdugo rodeado de sus ayudantes.


Habitante de Citera, hijo de un cielo tan azul,
silenciosamente sufrías esos insultos
en expiación de tus cultos infames
y de los pecados que te han vedado la tumba.


¡Ridículo ahorcado, tus dolores son los míos!
Ante el aspecto de tus miembros flotando, sentí,
como un vómito, subir hasta mis dientes
el largo rio de hiel de los dolores antiguos;

ante ti, pobre diablo de tan caro recuerdo,
he sentido todos los picos y todas las mandíbulas
de los cuervos punzantes y de las panteras negras
que antaño disfrutaban triturando mi carne.

El cielo era encantador y el mar estaba en calma;
pero a partir de entonces para mí todo era oscuro y sangrante,
¡ay!, tenía mi corazón amortajado
con esta alegoría, como con un pesado sudario.

En tu isla, oh Venus , no encontré en pie
Más que una horca simbólica de la cual colgaba mi imagen…
¡Ah, Señor!, ¡dame fuerza y coraje
para contemplar sin repugnancia mi corazón y mi tiempo!
Charles Baudelaire, Las flores del mal

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