Desde hace años padecía leucemia y las consecuencias de la edad, 87 años. Por la mañana se despertó, desayunó y charló con su mujer, Pilar del Río, sobre las novedades de este mundo “en crisis”, le empezó a doler un poco el pecho y, a las pocas horas y sin dolor, cerró los ojos.
Murió uno de los grandes escritores del siglo XX, un autor que escribió hasta su último hálito de vida, un novelista, poeta y ensayista que, además, ha sido el único literato portugués en recibir, en 1998, el Nobel de Literatura. Un comunista libertario que compartió con los indígenas mexicanos su hambre de justicia e igualdad.
A partir de 2007, cuando una neumonía lo puso al borde de la muerte, Saramago administraba su energía con celo: escribir y, si acaso, alguna salida extraordinaria para apoyar alguna causa justa –como ocurrió con la activista saharahui Aminatu Haidar, cuando ésta realizó una huelga de hambre– o para presentar sus libros más recientes.
Su convicción de “escribir para desasosegar” lo mantuvo siempre activo, ya sea adentrándose en esos universos literarios que creaba a partir de supuestos imposibles, con su blog personal o, incluso, en la redacción y firma de algún comunicado sobre uno de los graves y diversos atropellos que le tocó presenciar.
Fuente: La Jornada